I. DIMENSIONES DEL CUIDADO
Historia
El cuidado está muy relacionado con la división entre el
trabajo productivo y reproductivo, marcando roles de género en el hogar y su
conexión con las personas dependientes, sobre todo niños y niñas.
Históricamente las mujeres han sido relegadas a un segundo
plano en el ámbito del hogar, como en la Grecia Antigua, buscando el control
dentro de la familia paterna para proteger la herencia. Esta protección del
honor familiar se extendió en diferentes culturas, como refleja John Locke al
separar lo privado de lo público en sus Tratados. Para él, los asuntos
familiares ocurren en la esfera privada, sin necesidad de regulación externa,
mientras que el gobierno interviene en conflictos públicos. Esto llevó la
familia al ámbito privado, con el hombre como autoridad.
La Revolución Industrial prolongó esta separación al
convertir al hombre en el proveedor principal y excluir a la mujer del trabajo
industrial. Será con el crecimiento económico del siglo XX cuando se busca mano
de obra femenina, como en la educación, antes vedada a mujeres casadas. Simultáneamente,
los cambios legales y políticos transformaron la familia de un espacio privado
a uno de interés público, como evidenció la Constitución de Weimar de 1919.
Aunque la discusión sobre el cuidado se sitúa en los años 60
del siglo XX, fue la economista Margaret G. Reid quién, en 1934, estudió la
economía del trabajo no remunerado en el hogar y analizó las preferencias de
las mujeres entre trabajar en el hogar o en el mercado laboral a cambio de un
salario. Las mujeres se habían ido incorporando en nuevos empleos como
secretarias, profesoras, etc., lo que supuso que esos empleos permitieran a las
mujeres retrasar la maternidad.
Con la creciente participación femenina en el mercado
laboral estadounidense, comenzó a valorarse la importancia del trabajo doméstico.
No obstante, las responsabilidades en el hogar seguían limitando las
oportunidades laborales de las mujeres.
Más tarde, Carol Gilligan enfocó el debate en el cuidado,
destacando nuestra interdependencia como seres humanos. Esta visión del cuidado
como esencia humana y no solo atribuible a las mujeres fue retomada por Joan
Tronto, quien rompió con la idea de que el cuidado es exclusivo de las mujeres
o como algo adicional en nuestra sociedad.
Surge así la economía del cuidado donde ya no se considera
una actividad exclusiva del ámbito familiar sino también una competencia
estatal y social, como prestación de servicios remunerados. Ya no estamos en el
mundo en el que los hombres se ocupaban de lo público (el mercado y el
gobierno) y las mujeres de lo privado (el hogar y las relaciones personales).
En el año 2000, las sociólogas Daly y Lewis abordaron la
relación del cuidado con la protección social. Sugirieron que el cuidado es un
componente fundamental en la reestructuración de los sistemas de protección
social y en la configuración de los Estados del Bienestar:
“Los principales cambios que están en marcha en los Estados
del Bienestar tiende a confirmar la creciente importancia de los cuidados como ámbito
de la política social y la importancia de un análisis del Estado del Bienestar
centrado en los cuidados sociales”.
Por tanto, para Daly y Lewis el cuidado debe basarse en una
corresponsabilidad entre la familia, el Estado y el sector privado. Nace así la
idea de cuidado social consistente en aquellas “actividades
y relaciones necesarias para cumplir las necesidades físicas y emocionales de
los adultos dependientes y los niños y niñas, así como los marcos normativos,
económicos y sociales que determinan cómo se asignan y se realizan esas
responsabilidades”.
Tras la creación de instrumentos de derechos humanos
internacionales, se han ido sentando las bases del cuidado como un derecho de
cada persona. Estas normas están incluyendo derechos como el de una vida digna,
protección de la maternidad, la infancia y de las personas mayores o con
discapacidad.
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